DIANA LAURA ZACARIAS PIEDAD
PEDAGOGÍA 202

 EDUCACIÓN Y GLOBALIZACIÓN


El uso de los términos “internacionalización”, “globalización” o “mundialización” ha dado lugar a un amplio debate que trasciende el ámbito académico. Mientras unos piensan que ellos son sinónimos, los otros subrayan diferencias significativas acerca del mundo contemporáneo.

Pues bien, aceptando que el conocimiento depende de la construcción de categorías adecuadas, es verdad también que reuniones como ésta nos aproximan a dicho objetivo.

Cada vez somos más conscientes de que vivimos en un mundo que se ha globalizado: el fenómeno toca ya todos los aspectos de la vida social, la economía en primer término. Como nunca, los procesos culturales educativos trascienden las fronteras y, apenas sin sentirlo, se “globaliza” también nuestra percepción del mundo. Las nuevas tecnologías y su aplicación al desarrollo de la producción, las finanzas y los servicios, entre otras áreas, han impuesto un ritmo de vértigo a los asuntos humanos. En pocos segundos nos enlazamos con países remotos, hablamos e investigamos de un lado al otro del planeta. Tenemos herramientas que nos permiten ver, escuchar y leer en tiempo real lo que se hace, dice o escribe en cualquier parte del planeta.

Lo mismo ocurre en otros campos científicos o humanísticos, cuya disponibilidad favorece, a su vez, la investigación. La navegación en el ciberespacio pone a nuestro alcance informaciones y conocimientos que en otras épocas tardaban años en difundirse. Estamos, pues, ante una auténtica revolución del conocimiento, incomparablemente mayor y más profunda que otras ocurridas en la historia. 
Es como si nos hubiéramos subido a un tren en movimiento sin tener idea de cuál es el destino final. En este campo es mucho lo que aún debemos estudiar. Por eso mismo, en términos de la educación es importante reconocer el significado de las nuevas tecnologías, pero cada vez es más necesario preguntarnos por la naturaleza de los valores que las sociedades mantener, reproducir o cambiar. En otras palabras, si reconocemos el hecho de la globalización como un dato objetivo de la realidad, la pregunta acerca de cómo transformarnos para convivir con ella, pasa obligatoriamente por la reflexión serena y profunda sobre qué esperamos de la educación hoy día: ¿Educación para toda la vida, capacitación para el trabajo, educación permanente y así un largo etcétera? Son preguntas que hoy se nos plantean bajo la óptica de ese cambio global que nos condiciona. Sin embargo, aunque la velocidad con que se han producido tales cambios no nos ha permitido responder cabalmente dichas preguntas, ahora, por lo menos, tenemos conciencia de su importancia.


 
En contraposición a la idea de que la globalización es un fenómeno uniforme, indeterminado, con repercusiones idénticas en realidades distintas, cabe señalar que el modo cómo éstas se incluyen en la globalización también repercute sobre su futuro, sobre los ritmos y los costos que el cambio trae consigo.
“Los países en desarrollo se han amoldado a las nuevas reglas universales con distinta fortuna y pagando precios también distintos. La preponderancia de Estados Unidos ha llevado a implantar cuanto antes el nuevo orden unipolar.

Si aceptamos que de la producción de conocimientos y de mecanismos o redes de información depende el estar o no en el nuevo mundo globalizado, entonces es un imperativo que los distintos sistemas educativos reconozcan explícita y prácticamente la importancia de que las personas, las instituciones (públicas y privadas) y en definitiva los estados que agrupan a las naciones pongan al día sus capacidades en el menor tiempo posible. 

No obstante, en América Latina y el Caribe nos encontramos ante grandes desafíos que hay que subrayar para poder enfrentarlos. Reconocerlos es lo primero, para después estar en capacidad de hallar las alternativas más positivas y productivas.
Nuestra debilidad tecnológica es patente y, por consiguiente, carecemos de competitividad para afrontar los desafíos de un mundo cada vez más complejo e interrelacionado. Son conocidas igualmente las dificultades financieras que nos asaltan, convertidas en crisis recurrentes que echan abajo cualquier posible avance. Y por si fuera poco, en las décadas recientes sufrimos la devastación paulatina de las riquezas naturales. El hábitat se destruye a ojos vistas, causando problemas que repercutirán en la calidad de la vida humana sobre la Tierra. 

Manuel Castells se refiere a nuestra región y señala que si no se sabe o no se puede hacer una adopción exitosa de las condiciones que caracterizan a la era de la información y su proceso de crecimiento, difícilmente se podrá incorporar al conjunto de la población. Subraya también que se requiere de la creación –adopción e invención– de la infraestructura necesaria en materia de desarrollo tecnológico y de la comunicación y en donde se puedan combinar, tanto los recursos públicos, como también aquellos de origen privado.

Otra vez nos volvemos a encontrar con el capital humano que se necesitaría para poder pensar en sacar nuestra región del subdesarrollo. Se requiere, hay que decirlo una vez más, de toda una reforma educativa “La educación es la principal inversión de infraestructura en la era de la información.

Pero la reforma educativa no consiste sólo en mayor escolarización o en introducir Internet en las escuelas. Pasa, sobre todo, por la formación de los formadores, tanto en método pedagógico como en conocimientos especializados y en familiaridad con las nuevas herramientas tecnológicas. Implica también una utilización de las nuevas formas de enseñanza virtual que aceleran la formación de los formadores y permiten quemar etapas. La universidad no conduce a nada si no trabaja con material humano que ha sido educado convenientemente en los niveles primario y secundario... es necesario reforzar centros de excelencia universitarios, nacionales o de ámbito latinoamericano, que hagan de locomotoras científicas y tecnológicas en relación con el conjunto del sistema”.

La internacionalización de la educación superior es un tema que ha dejado de ser hipotético entre nosotros. Por ello no es gratuito encontrar opiniones especializadas que plantean la necesidad de reconocer este mundo en construcción como un imperativo real que, entre otras cuestiones, obliga al diseño de nuevas estrategias que sepan enfrentar lo que ya está en curso prácticamente en el mundo entero.

Como dice Joselyne Gacel-Ávila: “Si la sociedad global requiere de la formación de una auténtica ciudadanía global para su progreso, entonces la educación, verdadera base de la integración regional, internacional y global, debe ser la arena donde se le prepara para el cambio.
Para el investigador Axel Didriksonn,  es posible sostener que entre los cambios que deben ocurrir en el marco institucional y social, resultan cada vez de mayor importancia los que deben realizarse en el perfil y las estructuras de las instituciones de educación superior, como instituciones que hacen posible la producción y transferencia de conocimientos y tecnologías.

La reforma de los sistemas educativos, en especial la enseñanza universitaria, debe realizarse sin renunciar a su papel social, al ejercicio de sus propios valores críticos. O dicho en otros términos, se requiere asumir el cambio generado por la globalización sin convertir a los centros de enseñanza e investigación básica en meros apéndices instrumentales de los criterios económicos en boga. La modernización de la universidad debe regirse a su vez por un orden de prioridades propias, vinculadas con las necesidades de la comunidad a la cual pertenecen. 
En ese amplio y complejo contexto internacional, la escuela, en general, y la universidad, en particular, además de ser productoras de conocimientos y de investigaciones científicas y culturales.



Vincular educación y desarrollo es la tarea pendiente de nuestros países. No podemos conformarnos con ser meros agentes repetitivos de los que se hace o deja de hacer en los países desarrollados. Justo porque la realidad se ha mundializado, la enseñanza puede convertirse en una palanca impresionante para empujar al crecimiento y la equidad. América Latina y el Caribe tienen en sus universidades la mejor garantía para acceder a la revolución científica y tecnológica sin hipotecar su propio futuro. La ecuación siempre ha sido una instancia estratégica en la formación cultural y en la adopción del compromiso social, tanto de las instituciones, como también de los estudiantes, los profesores y los investigadores.


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